domingo, 20 de noviembre de 2011

Junto a la fuente, ante la puerta,
allí se eleva un Tilo…


"Lo que mora cerca del origen permanece"
Hölderlin

Para superar el síndrome de la hoja en blanco voy a echar mano de un poema. Y es que tiene razón Steiner cuando dice que el arte engendra arte, que la música engendra música y que la poesía engendra poesía. Lo mío está muy lejos de ser arte pero me ayuda a romper el silencio.
Canta Schubert:  
El Tilo
Junto a la fuente, ante la puerta,
allí se eleva un tilo;
soñe bajo su sombra
muchos dulces sueños.

Grabé en su corteza
muchas palabras de amor;
en la alegría y en la pena
fui atraído siempre a su lado.

También hoy hube de pasar
delante de él en plena noche;
allí, aun en la oscuridad,
he cerrado mis ojos.

Y sus ramas susurraron
como si me llamaran:
“¡Ven a mí, compañero,
aquí encontraras tu reposo!”

El viento frío me sopló
directamente la cara;
el sombrero voló de mi cabeza,
yo no me volví.

Ahora estoy a muchas horas
de ese lugar,
y siempre oigo susurrar:
“¡allí encontrarías reposo!”

“¡Allí encontrarías reposo!”. ¿A qué se refiere el gran Schubert? ¿En que está pensando? Acerco una respuesta que es propia, no sé si es también la de él.
El poema gira en torno a una figura que puede parecer inocua, domesticada, pero que en realidad es misteriosa y, valga la redundancia, locuaz. Sí, aunque estemos acostumbrados a pensar que lo misterioso es oscuro y abstruso, en realidad es todo lo contrario, el misterio es sumamente elocuente, tanto que no podemos comprehender todo lo que dice de sí. Me refiero al Tilo.
Lo primero que diré es que en las dos primeras estrofas nos encontramos con un recuerdo. El poeta hace memoria: que el Tilo estaba junto a la fuente, ante la puerta y que ha sido a la sombra del Tilo donde la tristeza y la alegría lo han empujado en diferentes momentos. Llaman la atención estos acordes que parecen disonantes y en realidad son sumamente armoniosos: ser atraído por el árbol y ser empujado por la circunstancias de la vida. Momentos importantes han quedado grabados en la corteza del viejo árbol. Las imágenes están cargadas de sentido: una puerta, una fuente, un árbol.
Pero ¿cuál es el drama del poeta? La herida está en la partida, en el alejamiento del árbol. En la noche, con los ojos cerrados, el caminante ya no se ha detenido a gozar o padecer sino que esta vez ha marchado, ha huido, le ha dado la espalda a la entrada, a la fuente, al árbol. Una bofetada de viento frío ha intentado despertarlo del sueño mortal pero no ha sido suficiente. El canto del Tilo, casi como una elegía, ha sido desobedecido. Aún a muchas horas del lugar el susurro es agudo y desgarrador: “¡Allí encontrarías reposo!”. El viandante hace el camino contrario al Principito: “si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente”.
Repica nuevamente la pregunta ¿qué es el Tilo? o mejor ¿dónde está el Tilo? y más atrevida aún ¿quién es el Tilo?. Lo que intento evocar son aquellos espacios donde hay algo que desde el más allá irrumpe en nuestra vida, con mil caretas y una solo rostro, algo que nos promete reposo y ya nos lo ha dado antes. Son aquellas experiencias que se dan a las puertas (o junto a ellas) de nosotros mismos, esa zona gris entre la interioridad y la exterioridad, “más allá de la subjetividad y más acá de la objetividad” diría Buber. Son esas experiencias donde el ser o la nada nos lastiman, nos aguijonean y despiertan de la somnolencia existencial. Aquello que sucede y nos extirpa de la rutina, del trajín y muchas veces nos arranca lágrimas amargas de tristeza, otras tantas lágrimas de alegría y emoción. Una vez le preguntaron a Karl Rahner cómo definiría al hombre, él contestó: “el hombre es ese ser que mora a orillas del infinito mar del misterio, pero que muchas veces pasa su vida ocupado con las piedritas y palitos de la costa”. La experiencia que estoy intentando sugerir es aquella que es capaz de sacarnos de nuestro estar encorvados sobre nosotros mismo para otear ese inmenso horizonte que se despliega sobre el infinito mar del misterio. Intentar unos ejemplos es riesgoso, tematizar, conceptualizar estos eventos es traicionar su propia esencia que exceden la comprensión y la comprehensión. Sin embargo puede asaltarnos esta presencia en la compañía de un amigo del alma, en la gratitud que despierta la gratuidad de un don inesperado y por lo mismo inmerecido, al escuchar el “Requiem” de Mozart o al contemplar “De sterrennacht” de Van Gogh. Mas no sólo en estas situaciones sino también, y con una punzante agudeza, cuando nos visita la muerte, la nuestra o la de un hijo, allí donde la enfermedad se hace tan insoportable como larga, en la injusticia ciega y desmedida contra los inocentes o en la nada que avanza como una neblina gris que cubre las cimas de la existencia y reduce todo a tedio y desesperación (Heidegger). Estas son, por fin, las palabras de alegría y pena que han quedado rubricadas en el Tilo y manan de una fuente junto a la cual encontramos reposo.
Pero la verdadera muerte se encuentra dándole la espalada a estos momentos, únicos o recurrentes. Por eso apuramos la pregunta ¿Cuáles son los espacios donde encuentro reposo? ¿Dónde está la fuente a la cual caminar lentamente cuando tengo cincuenta y tres minutos que duran toda una vida? ¿Cuál es el Tilo que me susurra “¡Ven a mí, compañero, aquí encontraras tu reposo!”? Puede ser una melodía, una persona, una hora del día, un poema o un lugar, pero es necesario tenerlos identificados y cuidar su espacio y tiempo en nuestra vida cotidiana. Lo contrario es la noche fría y cerrada que me aleja del Tilo y lo que era una llamada al reposo se convierte en una tortura que no abandona nunca, aunque estemos a muchas horas de la puerta, la fuente y el árbol.
Un lector perspicaz podría preguntar: ¿Cómo tener identificados esos momentos, lugares o personas, si la experiencia me dice que allí donde encuentro reposo siempre es un instante que da la espalda, que siempre esta de retirada, que no permite ser domesticado y siempre recusa de sí? Lo que decía Picasso puede ayudarnos a sugerir la respuesta: “que la inspiración te encuentre trabajando”, eso es lo que quiero decir, velar por una actitud receptiva, celosa y propia de un buscador para que cuando de súbito la Alegría -de la que habla Lewis- entre en escena no perdamos la ocasión de contemplarla bella e inasible como una estrella fugaz. 
Para dar el siguiente paso me ayudará la mitología griega. Cuenta el mito que Filemón era un viejo y pobre campesino que vivía en la ciudad de Frigia con su esposa Baucis. Un día, Zeus y Hermes, tras un viaje disfrazados de mortales, llegaron a Frigia, donde pidieron a sus habitantes un lugar para pasar la noche. Tras la negativa de todos ellos, sólo Filemón y Baucis les permitieron entrar a su humilde cabaña. Después de servir comida y vino a sus invitados, Baucis notó que a pesar de llenar varias veces los vasos de los visitantes, la jarra de vino estaba aún llena, de lo que dedujo que aquellos foráneos eran en realidad dioses. Pensando que la humilde comida servida no era digna de tales invitados, Filemón decidió ofrecerles el ganso que guardaban en casa. Pero cuando el campesino se acercó al ave, el animal corrió hacia el regazo de Zeus, quien aseguró que no era necesario tal sacrificio, pues debían marcharse. El dios avisó al matrimonio que iba a destruir la ciudad y a todos aquellos que les habían negado la entrada. Les dijo que deberían subir a lo alto de la montaña con él, y no darse la vuelta hasta llegar a la cima. Ya allí, la pareja vio su ciudad destruida por una inundación.
Sin embargo, Zeus había salvado su cabaña, que posteriormente fue convertida en templo. Cuando Zeus les ofreció un deseo, el matrimonio pidió ser sacerdotes del santuario y estar unidos para siempre, muriendo uno al mismo tiempo que el otro. Tras su muerte, Zeus los convirtió en árboles que se inclinaban uno hacia el otro: Filemón en roble y Baucis en tilo.
Veamos bien. Los elementos son los mismos que los del poema: una puerta que se abre y es signo de la hospitalidad, de la acogida. Aquí no tenemos una voz que susurra sino una presencia divina que irrumpe en la pobreza y cotidianidad de cualquiera. También aparece un Tilo signo de reposo e inmortalidad para quien  moró en las inmediaciones del templo donde el dios habita. Este es el nuevo “elemento” que ahora se hace explícito: detrás del Tilo, está el paso de Dios. Las resonancias bíblicas, del antiguo y nuevo testamento, son innumerables, Abraham y el pesebre saben de qué se trata. El punto es que hay lugares inesperados, frecuentes pero que escapan a la rutina, que tienen algo extraño que puede pasar desapercibido para muchos pero no para el buscador, como una jarra de vino que no se vacía nunca. Nuevamente apuro las preguntas ¿somos hospitalarios con el dios que nos visita cuando parece que nadie lo quiere recibir? O ¿preferiremos perecer bajo la inundación de cosas que nos pasan y vidas inauténticas que nos ahogan?
Los lugares sagrados lo son porque Dios ha pasado por ellos y no porque Dios tenga que hacerlo. Lo que quiero decir que el Reino de Dios no viene ostensiblemente sino que refulge en las pequeñas cosas, como son la sobriedad de la liturgia, en la simpleza del Pan partido y compartido. La clave está en ser lo suficientemente perspicaces para descubrir allí donde algo rompe la lógica de este mundo y extrañamente responde a otras leyes, leyes con las que el corazón del hombre, al fin y al cabo, es connatural. Recordemos lo de Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”. Signo de haber encontrado el lugar es el “reposo”; en el poema el reposo del caminante, en el mito el reposo de Dios. Es un lugar para el reposo de ámbos porque son el uno para el otro. Es entonces en un lugar de quietud, serenidad y encuentro entre ambos peregrinos, como los de Emaus.
Quien desobedezca la voz, quien no habrá la puerta, quien no regrese a la fuente se adentra en una noche sin nombre. Como dice Victor Hugo “vagar libremente es estar perdido”. Lo contrario es saber que de la fuente venimos y a ella volvemos, que bajo la sombra del Tilo encontramos reposo y que al abrir la puerta al Peregrino nos convertimos en un templo y pregustamos la inmortalidad como Filemón y Baucis que no murieron sino que “mientras vivieron, cuidaron del templo. Cuando ya muy ancianos charlaban delante de la escalinata, vio Baucis que a Filemón le iban saliendo hojas y Filemón vio que le salían a Baucis. Mientras la vegetación invadía sus cuerpos tuvieron ocasión de decirse adiós antes de que la corteza cubriera sus rostros. Todavía los naturales del país pueden mostrar un árbol con dos troncos gemelos. Esto me contaron unos ancianos (y no tenían motivo para engañarme). Yo mismo vi guirnaldas pendientes de sus ramas y yo mismo puse otras diciendo: "Sean dioses los que así fueron tratados por los dioses y sean honrados con culto los que culto rindieron" ”(Ovidio, Metamorf. 8, 611-724).  
Puede terminar de ilustrar lo que intento decir un último texto de Lewis. Un dialogo entre Jill y el León, el cual está junto a un río, como nuestro Tilo que esta junto a una fuente:

-¿No tienes sed? -preguntó el León.
-Me muero de sed -respondió Jill.
-Entonces, bebe -dijo el León.
- ¿Me dejas... podría yo... te importaría alejarte mientras bebo? -dijo Jill.
El León respondió sólo con una mirada y un gruñido apagado. Al contemplar aquella corpulenta masa inmóvil, Jill comprendió que igualmente podría pedirle a la montaña entera que se hiciera a un lado para darle el gusto a ella. El delicioso murmullo del río la estaba volviendo loca.
-¿Me prometes que no me... harás nada si me acerco? -preguntó Jill.
-Yo no hago promesas -dijo el León.
Jill tenía tanta sed que, sin darse cuenta, se había acercado un paso más.
- ¿Te comes a las niñas? -Preguntó.
-Me he tragado niñas y niños, mujeres y hombres, reyes y emperadores, ciudades y reinos -repuso el León. No lo dijo como vanagloriándose, ni como si se arrepintiera, ni como si estuviera enojado. Simplemente lo dijo.
-No me atrevo a ir a beber -murmuró Jill.
-Entonces morirás de sed -dijo el León.
-¡Dios mío! -exclamó Jill, acercándose otro paso-. Supongo que tendré que irme y buscar otro río.
-No hay otro río -dijo el León.
Jamás se le ocurrió a Jill no creerle al León -nadie que viera su cara severa podría dudar- y de súbito tomó su decisión. Era lo peor que le había tocado hacer en su vida, pero corrió hacia el río, se arrodilló y empezó a tomar agua con la mano.


Mucho de lo dicho es robado de acá y allá... les debo las citas y fuentes.