A la hora de las sombras
largas
Somos seres crepusculares
Hace
tiempo me he dado cuenta que estamos a mitad de camino. Somos habitantes de un
tiempo más que de un espacio. Un tiempo que trascurre entre el día y la noche,
o al revés. Depende de cada uno. Somos seres crepusculares, incompletos
peregrinos de aquella hora en que las sombras se hacen largas. Tanto la noche
como el mediodía pueden hacerse eternos, cada uno tiene su particularidad: una
es fresca, el otro es sofocante; este puede ser luminoso, la otra tenebrosa.
Como sea que sean transitarlos puede ser eterno, de hecho lo serán. Mientras
que lo que hoy permanece, donde hoy moramos es fugaz, es inasible, es
escurridizo como el amanecer o el atardecer. Allí pertenecemos a esos instantes
bellos y fugaces, bellos y angustiantes. Somos de las despedidas, de las
llegadas, de los umbrales y de los caminos.
Simultáneamente
vivimos en la puesta-salida del sol. Por eso la mejor palabra es crepúsculo,
sea que muera, sea que viva: es pasaje, es tránsito, es pascua.
El
crepúsculo es lacerante, nos recuerda que nuestra morada es provisoria y eso
nos angustia, morada y provisoriedad son opuestos contradictorios. Vivimos
desgarrados, alimentando una luz que crece o uno oscuridad que engulle y de
cualquier manera nos desangramos.
Nos
define lo indefinible: buenos o malos, ángeles o animales, dioses o demonios,
materia o espíritu, sociedad o individuo, libertad o necesidad, verdad o
mentira, vida o muerte, el ser o la nada. En ese brete vivimos-morimos, así de
constreñidos con labios apretados al borde del llanto y la carcajada, a las
puertas del abismo claro que ciega y a oscuras nos deja. En caída, en caída
libre nos encontramos. Este crepúsculo nos da vértigo, nos deja sin aliento, es
a todo o nada.
Así
es señores, esto somos, así se explica el colorido lienzo que formamos, con
partes oscuras y bizarras, otras luminosas y esperanzadas, tal como el cielo a
la hora del crepúsculo, cuando las sombras se hacen largas… largas para
cubrirlo todo y sumirlo en la tiniebla, largas porque dan su último grito,
antes de comenzar a retroceder hasta desaparecer bajo los pies del hombre que
se ha puesto de pie tras la noche que dura tres días. La noche es negra, el día
es blanco, solo el crepúsculo muestra todos los colores en el cielo, mientras
el hombre, recortado contra el horizonte que se incendia elige su camino. Los
habemos todos mientras nuestro lienzo se rasga, unos caminan al poniente otros
al saliente, estos para la vida aquellos para la muerte. Ut tertium non datur.
Somos
seres crepusculares. Eso es todo.