jueves, 21 de agosto de 2014



Los Puertos Grises

— Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.
— También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.


Frodo, en su largo camino a Mordor sufre tres heridas, tres tipos de heridas. Quizás solo son tres los tipos de heridas que podemos sufrir.
La primera en realidad no lo es, podría haber sido… pero no pasa del susto, del mal momento, de un aviso, una advertencia, una amenaza real,  pero que no lo lastima efectivamente. Es aquella lanzada del Troll en la oscuridad de Moria. El chaleco de Mythril protege a Frodo, inesperadamente para sus compañeros, por suerte para él, algo mítico, mágico, un regalo inesperado e inmerecido, lo cuida y lo protege.
Así en nuestra vida, así la Gracia. A veces nos pasan cosas que potencialmente producirían la muerte o un gran mal en nuestra vida, pero algo –Alguien- nos salva… casi milagrosamente, a veces, sin que siquiera nos demos cuenta. Lo cierto es que estas heridas no lastiman, quedan como un mal recuerdo, incluso, a veces, como una anécdota de la que nos animamos a reírnos.
Mucho podríamos decir del Mythril, de ese regalo, de ese pasado protector… de eso que otros nos supieron conseguir. Pero no esta vez, no en esta ocasión.

La tercera herida que recibe Frodo es la segunda en gravedad. El episodio transcurre en el paso de Cirith Ungol, cuando es atacado por Ella, la Araña. Sorpresivamente, Frodo, es traspasado por el aguijón de la araña, que al inocular un veneno casi mortal lo lleva a un sueño del que probablemente no vuelva. Una herida real y ciertamente grave, muy grave. Todo, absolutamente todo -más que en Moria-  indica y lleva a la muerte de nuestro protagonista, sin embargo algo de azar, la luz de Elbereth,  y la fuerza de la amistad rescatarán a Frodo del abismo. Dardo –otro regalo de luz azulina- y la fidelidad de Sam salvarán a Frodo de su destino fatal. Más allá de las vicisitudes de la historia encontramos en nuestras vidas este tipo de heridas: graves y profundas, sufridas y padecidas en nuestra carne y corazón, heridas que nos traspasan y nos arrastran a las orillas de la muerte. Dolor, confusión, veneno, oscuridad, hostilidad, todo ello se conjuga en una muerte segura de no ser por la gracia y la amistad. Nuevamente, así en nuestra vida. Quizá no todos hayan sufrido estos golpes, pero de seguro cualquiera que viva los años suficientes lo sufrirá. De ello sólo nos salva la luz de la Gracia y el amor fiel de la amistad, nombres para dos cosas que –en realidad- son la misma. Incluso, uno cae en la cuenta de ser salvado después, sólo después de que todo ocurrió. Excepcional y vagamente uno puede tener conciencia de esta ayuda mientras transcurre la acción, a medida que el veneno actúa. Es una mirada honesta y retrospectiva, de ojos que se han lavado con la oscuridad del abismo, la que a posteriori es capaz de descubrir, responder y agradecer que uno fue salvado por una amiga luz azul.
Hay que decirlo: si la luz y la amistad no llegan a tiempo uno muere irremediablemente. Pero no es menos cierto que esta herida es superada, se sana, se cura, no deja huella ni secuela… o lo hace mínimamente… y toda consecuencia con el tiempo se borra y desaparece. En el peor de los casos, su amargo recuerdo no se borra tanto por la herida cuanto para recordar que el amor de los amigos y la fidelidad de Dios nos salvaron.

Pero hay todavía una herida más, la segunda en la cronología, la primera en gravedad. Es la herida que recibe Frodo en la Cima de los Vientos de parte del Rey Brujo de Angmar, la espada emponzoñada de la muerte traspasa el hombro del hobbit, y tal como en el caso anterior lo sume en un sueño de muerte y desesperación, la peor de todas las pesadillas. Las causas son múltiples, complejas, confusas. Difícil decir cuales son necesarias, cuales suficientes. Lo cierto es que el mal muestra su rostro más fiero, su mueca más espantosa, su ataque más incisivo: pone en juego todas sus potencias, las más agudas y eficaces para dar muerte. Todo para destruir absolutamente a la víctima. Aquí ya no alcanza la fuerza, la destreza y la valentía humana de Aragorn, de los hombres. La fuerza destructiva del mal es incontenible. Frente a esto la desesperación, el cansancio y el miedo llevan a Frodo a ponerse el Anillo único. Hizo hasta donde pudo hacer. Hizo lo que no debía hacer. Hizo lo que pudo hacer. En esas circunstancias todo complota para que el mal mate y mate sin remedio… inmediatamente.
En este caso, el más grave e importante –el que más me interesa- hay un doble desenlace: uno a corto plazo y otro a largo. A corto plazo estas heridas matan y matan de la peor manera, la victima muere de la desesperación en la soledad más fría y absoluta. Para que eso no suceda lo primero es actuar con premura, rápidamente; sin perder tiempo en nada; nunca, bajo ningún aspecto, se debe procrastinar. Lo segundo que es necesario para rescatar de la muerte inminente es la Sabiduría Antigua –de aquellos que ya han sufrido iguales cosas-, la tercera es la naturaleza y por último  es necesario encontrar un lugar de paz, cuidado y contención.  En definitiva fue eso lo que salvó a Frodo de momento, pero la antigua sabiduría de los Elfos, la cándida frescura de una flor silvestre, los rápidos reflejos del amor, sólo alcanzan para posponer la muerte. Esta vez Frodo no sanará, esta vez la herida será un recuerdo siempre actual, esta vez todo es paliativo, nada definitivo. Frodo, por el resto de sus días, mientras viva en la tierra media, sufrirá esa herida incurable de fuertes dolores. Cada mañana, al despertar, la herida le dolerá lo suficiente para recordarle quién es, dónde está y qué es lo que lo está matando. Habrá siempre, en el brillo de sus ojos, un dejo de tristeza, una pena inconfesable, un algo no resuelto ni superado, una cicatriz no cerrada y doliente que le estará mordiendo por dentro. Siempre.
Mucho nos queda en el tintero, pero diremos algo más, esta terrible experiencia significará para Frodo una manera diferente de ver las cosas. Es más, desde ese entonces, Frodo mirará con otros ojos a la miserable creatura Gollum, desde ese abismo de soledad y desesperación se abrirá para él un misterio de humildad y hermandad para con los que han gustado la misma muerte. Sólo ese corazón sabrá cuánta compasión siente por ese desdichado, ya no habrá deseo de muerte, revancha o victoria, sino compasión pura y espontánea por aquel con el que comparte la suerte.
A largo plazo el desenlace de estas heridas es la muerte, definitiva e irrevocable. Para no morir sólo hay un remedio: los puertos grises. Para este tipo de herida sólo queda el largo viaje al más allá,  donde  aquello que aquí nos causa la muerte allá se cubrirá de gloria. Es partir o morir, eso o la nada. No hay aquí, en esta tierra, mientras dure este eón, una cura. Quien ha sufrido esta herida sabe que en esta tierra no habrá paz completa y plena, sabe que el pasado es inmodificable y la llaga incurable, sabe que será librado de la pena y el  dolor pero no aquí, no ahora, no con cosas de este mundo. La curación será escatológica o no será.
Por eso me queda la esperanza de que alguna vez mi nave se interne en alta mar, rumbo al oeste, hasta que por fin en una noche de lluvia sienta en el aire una fragancia y oiga cantos que lleguen sobre las aguas, y me parezca que la cortina de lluvia gris se transforma en plata y cristal, que un velo se abre, y aparecen –ante mí- unas playas blancas y, más allá, un país lejano y verde a la luz de un presuroso amanecer.