Los
Puertos Grises
— Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de
lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y
años, después de todo lo que ha hecho.
— También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas
demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no
para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien
tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.
Frodo, en su largo camino a Mordor sufre tres
heridas, tres tipos de heridas. Quizás solo son tres los tipos de heridas que
podemos sufrir.
La primera en realidad no lo es, podría haber
sido… pero no pasa del susto, del mal momento, de un aviso, una advertencia,
una amenaza real, pero que no lo lastima
efectivamente. Es aquella lanzada del Troll en la oscuridad de Moria. El
chaleco de Mythril protege a Frodo, inesperadamente para sus compañeros, por
suerte para él, algo mítico, mágico, un regalo inesperado e inmerecido, lo
cuida y lo protege.
Así en nuestra vida, así la Gracia. A veces
nos pasan cosas que potencialmente producirían la muerte o un gran mal en
nuestra vida, pero algo –Alguien- nos salva… casi milagrosamente, a veces, sin
que siquiera nos demos cuenta. Lo cierto es que estas heridas no lastiman,
quedan como un mal recuerdo, incluso, a veces, como una anécdota de la que nos
animamos a reírnos.
Mucho podríamos decir del Mythril, de ese
regalo, de ese pasado protector… de eso que otros nos supieron conseguir. Pero
no esta vez, no en esta ocasión.
La tercera herida que recibe Frodo es la
segunda en gravedad. El episodio transcurre en el paso de Cirith Ungol, cuando
es atacado por Ella, la Araña. Sorpresivamente, Frodo, es traspasado por el
aguijón de la araña, que al inocular un veneno casi mortal lo lleva a un sueño
del que probablemente no vuelva. Una herida real y ciertamente grave, muy
grave. Todo, absolutamente todo -más que en Moria- indica y lleva a la muerte de nuestro
protagonista, sin embargo algo de azar, la luz de Elbereth, y la fuerza de la amistad rescatarán a Frodo
del abismo. Dardo –otro regalo de luz azulina- y la fidelidad de Sam salvarán a
Frodo de su destino fatal. Más allá de las vicisitudes de la historia encontramos
en nuestras vidas este tipo de heridas: graves y profundas, sufridas y
padecidas en nuestra carne y corazón, heridas que nos traspasan y nos arrastran
a las orillas de la muerte. Dolor, confusión, veneno, oscuridad, hostilidad, todo
ello se conjuga en una muerte segura de no ser por la gracia y la amistad.
Nuevamente, así en nuestra vida. Quizá no todos hayan sufrido estos golpes,
pero de seguro cualquiera que viva los años suficientes lo sufrirá. De ello sólo
nos salva la luz de la Gracia y el amor fiel de la amistad, nombres para dos
cosas que –en realidad- son la misma. Incluso, uno cae en la cuenta de ser
salvado después, sólo después de que todo ocurrió. Excepcional y vagamente uno
puede tener conciencia de esta ayuda mientras transcurre la acción, a medida
que el veneno actúa. Es una mirada honesta y retrospectiva, de ojos que se han
lavado con la oscuridad del abismo, la que a posteriori es capaz de descubrir,
responder y agradecer que uno fue salvado por una amiga luz azul.
Hay que decirlo: si la luz y la amistad no
llegan a tiempo uno muere irremediablemente. Pero no es menos cierto que esta
herida es superada, se sana, se cura, no deja huella ni secuela… o lo hace mínimamente…
y toda consecuencia con el tiempo se borra y desaparece. En el peor de los
casos, su amargo recuerdo no se borra tanto por la herida cuanto para recordar
que el amor de los amigos y la fidelidad de Dios nos salvaron.
Pero hay todavía una herida más, la segunda
en la cronología, la primera en gravedad. Es la herida que recibe Frodo en la
Cima de los Vientos de parte del Rey Brujo de Angmar, la espada emponzoñada de
la muerte traspasa el hombro del hobbit, y tal como en el caso anterior lo sume
en un sueño de muerte y desesperación, la peor de todas las pesadillas. Las
causas son múltiples, complejas, confusas. Difícil decir cuales son necesarias,
cuales suficientes. Lo cierto es que el mal muestra su rostro más fiero, su
mueca más espantosa, su ataque más incisivo: pone en juego todas sus potencias,
las más agudas y eficaces para dar muerte. Todo para destruir absolutamente a
la víctima. Aquí ya no alcanza la fuerza, la destreza y la valentía humana de
Aragorn, de los hombres. La fuerza destructiva del mal es incontenible. Frente
a esto la desesperación, el cansancio y el miedo llevan a Frodo a ponerse el Anillo
único. Hizo hasta donde pudo hacer. Hizo lo que no debía hacer. Hizo lo que
pudo hacer. En esas circunstancias todo complota para que el mal mate y mate sin
remedio… inmediatamente.
En este caso, el más grave e importante –el
que más me interesa- hay un doble desenlace: uno a corto plazo y otro a largo.
A corto plazo estas heridas matan y matan de la peor manera, la victima muere
de la desesperación en la soledad más fría y absoluta. Para que eso no suceda
lo primero es actuar con premura, rápidamente; sin perder tiempo en nada;
nunca, bajo ningún aspecto, se debe procrastinar. Lo segundo que es necesario
para rescatar de la muerte inminente es la Sabiduría Antigua –de aquellos que
ya han sufrido iguales cosas-, la tercera es la naturaleza y por último es necesario encontrar un lugar de paz,
cuidado y contención. En definitiva fue eso
lo que salvó a Frodo de momento, pero la antigua sabiduría de los Elfos, la cándida
frescura de una flor silvestre, los rápidos reflejos del amor, sólo alcanzan
para posponer la muerte. Esta vez Frodo no sanará, esta vez la herida será un recuerdo
siempre actual, esta vez todo es paliativo, nada definitivo. Frodo, por el resto
de sus días, mientras viva en la tierra media, sufrirá esa herida incurable de
fuertes dolores. Cada mañana, al despertar, la
herida le dolerá lo suficiente para recordarle quién es, dónde
está y qué es lo que lo está matando. Habrá siempre, en el brillo de sus ojos,
un dejo de tristeza, una pena inconfesable, un algo no resuelto ni superado,
una cicatriz no cerrada y doliente que le estará mordiendo por dentro. Siempre.
Mucho nos queda en el tintero, pero diremos
algo más, esta terrible experiencia significará para Frodo una manera diferente
de ver las cosas. Es más, desde ese entonces, Frodo mirará con otros ojos a la
miserable creatura Gollum, desde ese abismo de soledad y desesperación se
abrirá para él un misterio de humildad y hermandad para con los que han gustado
la misma muerte. Sólo ese corazón sabrá cuánta compasión siente por ese
desdichado, ya no habrá deseo de muerte, revancha o victoria, sino compasión
pura y espontánea por aquel con el que comparte la suerte.
A largo plazo el desenlace de estas heridas es
la muerte, definitiva e irrevocable. Para no morir sólo hay un remedio: los
puertos grises. Para este tipo de herida sólo queda el largo viaje al más allá,
donde aquello que aquí nos causa la muerte allá se
cubrirá de gloria. Es partir o morir, eso o la nada. No hay aquí, en esta
tierra, mientras dure este eón, una cura. Quien ha sufrido esta herida sabe que
en esta tierra no habrá paz completa y plena, sabe que el pasado es
inmodificable y la llaga incurable, sabe que será librado de la pena y el dolor pero no aquí, no ahora, no con cosas de
este mundo. La curación será escatológica o no será.
Por eso me queda la esperanza de que alguna
vez mi nave se interne en alta mar, rumbo al oeste, hasta que por fin en una
noche de lluvia sienta en el aire una fragancia y oiga cantos que lleguen sobre
las aguas, y me parezca que la cortina de lluvia gris se transforma en plata y
cristal, que un velo se abre, y aparecen –ante mí- unas playas blancas y, más
allá, un país lejano y verde a la luz de un presuroso amanecer.